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sábado, abril 29, 2006

Una weaita que escribí para un pseudo sitio web

Era una de las primeras mañanas calurosas de aquella primavera del 2000. Por el consejo de profesores ese día mi curso entraba a las 9:30, un alivio a esa altura del año donde pruebas coeficiente dos y exámenes finales son pan da cada día. Me había levantado con ganas esa mañana, una hora más de sueño lograban dibujar una sonrisa en mi rostro. Por primera vez en ese año logré tomar un desayuno decente, sentado tranquilamente en mi mesa, leyendo el diario recién llegado y mirando de reojo el matinal en donde decían que el tráfico estaba expedito y que la contaminación había disminuido considerablemente. Sin duda era un día especial, No salí de mi casa corriendo como era habitual, sino que a paso lento llegué al paradero. No me encontré con el paradero lleno y por fin pude verle la cara al señor que atendía el quiosco que mañana a mañana se veía rodeado de gente solicitando las informaciones del día. El miedo era que al no haber gente en el paradero era yo el encargado de hacer parar la micro arriesgando que ninguna de ellas hiciera caso a mi llamada de detención. La sorpresa fue grande cuando casi sin levantar la mano, esta se detuviera sola ante mis pies. Se acercó a la cuneta para evitar cualquier accidente y su chofer me saludó amablemente.-Buenos días mijito-me dijo y luego agregó: -Veo que hoy entraba un poco más tarde -. Le respondí sólo para no parecer mal educado, le pagué el pasaje y me fui a sentar. Acto seguido me volvió a hablar:-Mijito, su boleto, no ve que si nos pasa algo usted puede alegar si lo tiene-. Recibí el boleto y me fui a sentar más sorprendido que nunca, no sólo por la extraña actitud del chofer, sino también porque después de mucho tiempo tomaba una micro sin ese fatigable olor a parafina. El día ya era demasiado bueno pero se convertía en el más bueno de mi vida en el momento en que se subió a “la micro” aquella niña que me había gustado por años. Siempre la veía en “la micro” y sólo me conformaba con mirarla por largo rato en esos interminables tacos que se hacían alrededor de diez para las ocho de la mañana. Pero ese día ya era demasiado especial, tanto que aun habiendo muchos asientos desocupados prefirió sentarse a mi lado. Miraba por la ventana para esconder mi vergüenza pero más de una vez no aguanté y casi por inercia volteaba para mirarla aunque fuera de reojo. Un: hola, ¿cómo estás? fue lo último que escuché antes de quedar en blanco. Después de unos segundos, que parecieron interminables, volví en sí y pude responderle. Bien, gracias. ¿Nos conocemos de algún lado? ,pregunté. No, sólo es que siempre te veía y tenía muchas ganas de hablarte, me dijo. Después de un rato largo de conversación, sólo interrumpido por vendedores ambulantes y heladeros, intercambiamos teléfonos. Ella, como buena niña ordenada, anotó el mío en su agenda, y yo, como buen niño desordenado, en el primer papel que encontré: el boleto de la micro. Creo haber sido la persona más feliz en ese momento. Había sido una mañana perfecta. Me bajaba antes que ella por lo que nos despedimos y quedamos de hablarnos nuevamente si es que nos topábamos en otra oportunidad. Llegué a la puerta de atrás, toqué el timbre pero el chofer no abrió, toque nuevamente y las puertas seguían cerradas. Ya al tercer timbrazo, acompañado de un grito, abrió la puerta. Sin embargo cuando iba bajando, el chofer aceleró provocando que me cayera micro abajo. Las risas y las “tallas” irreproducibles de quienes veían desde abajo fue lo único que escuché. Sin embargo, y tras las risas, una voz me habló con seriedad. Oiga niño, soy abogado y sí usted me pasa su boleto podríamos denunciar al chofer. Ja ja, ¿el boleto? no gracias, fue lo único que atiné a decirle a aquel señor bien vestido que ofreció su ayuda. En realidad creo que fue lo único que respondí, más bien es lo único que recuerdo mientras escribo estas líneas y observo el boleto de aquella 217 enmarcado en el cuadro con la foto de mi novia.